No se sabe a ciencia cierta quién descubrió Bjørnøya. Puede que algún navegante noruego llegase a sus costas, voluntaria o involuntariamente, en algún momento de la Edad Media. Hubo que esperar hasta 1596 para que Willem Barents documentara su primer avistamiento, bautizándola como Vogel Eylandt, o isla de los Pájaros. A partir de entonces hubo numerosas expediciones, en su mayor parte buscando beneficio económico. En algún momento, se cambió su nombre por el actual. Hay quien dice que fue el propio Barents. Puede que por haber avistado un oso nadando en sus inmediaciones, o por un encuentro fortuito con alguno de los que, ocasionalmente, llega a la isla sobre el hielo flotante. Únicamente sabemos con certeza que, en pocos años, sus grandes colonias de focas y morsas fueron esquilmadas hasta su completa desaparición.

Bjørnøya desde el SH Vega

Bjørnøya desde el SH Vega.

Bjørnøya era la primera parada en el crucero de expedición que debía llevarnos, dando un amplio rodeo por el Ártico profundo, desde Tromsø hasta Reikiavik. Aunque, en realidad, no teníamos la menor idea de en qué consistiría la escala. La única playa de la isla en la que resulta relativamente sencillo desembarcar está en su costa norte, en un lugar llamado Herwighamna. En sus inmediaciones hay una estación de radio y meteorológica, atendida por nueve personas. Los únicos habitantes de Bjørnøya. Pero no parece ser el lugar más interesante de la isla. Más allá de la propia base noruega, tan solo hay una llanura salpicada de lagos y los restos oxidados de una antigua explotación minera.

Acantilados de Bjørnøya

Acantilados de Bjørnøya.

Otro problema es la niebla. Bjørnøya se ubica en una doble zona de transición. Por una parte, en sus inmediaciones confluyen las aguas del Atlántico norte con las del mar de Barents. Más importante es la superposición entre las cálidas aguas superficiales, procedentes del golfo de México, con las que, a mayor profundidad, llegan desde el polo. El resultado es un clima muy húmedo, aunque relativamente cálido, en el que las nieblas son habituales. Bjørnøya es el lugar de Europa con menos horas anuales de sol. Tan solo 595.

Aleta caudal

Aleta caudal.

Llegábamos a Bjørnøya desde el sur. Poco antes de entrar en las aguas de su reserva marina, tuvimos un encuentro fortuito con un par de ballenas. En mi experiencia, los avistamientos de ballenas tienden a ser decepcionantes. A veces un chorro de aire cargado de humedad, o un lomo apareciendo fugazmente entre las aguas y poco más. Nada que ver con los documentales o con los panfletos publicitarios que es posible ver en lugares como Húsavik. Quizá por ese motivo, cuando anunciaron por megafonía que había ballenas frente a nuestra proa, no salí corriendo a por la cámara con el teleobjetivo. Una lástima.

Al sur de Bjørnøya

Al sur de Bjørnøya.

Éste fue completamente distinto. Las ballenas estaban justo en nuestro rumbo de navegación, de modo que el SH Vega tuvo que describir un amplio arco para esquivarlas. Ajenas a nuestra presencia, aparentemente se dedicaban a girar una entorno a la otra, no sé si jugando o cortejándose. Aunque solo podíamos verlas cuando salían a respirar o emergía su enorme aleta caudal, fue todo un espectáculo, que acabó durando casi cuarenta minutos.

Llegando a Bjørnøya

Llegando a Bjørnøya.

Poco antes de las cuatro, llegábamos a Bjørnøya. Una gruesa capa de nubes bajas cubría completamente el cielo. A esas alturas del día, ya sabíamos que nuestro destino era Sørhamna, una pequeña ensenada cerca del extremo suroriental de la isla. Desembarcar para visitar una meseta envuelta entre las nieblas no tenía el menor sentido, por lo que haríamos un pequeño crucero en zódiac a los pies de los acantilados.

Colonia de aves en Sørhamna

Colonia de aves en Sørhamna.

El SH Vega fondeó en medio de un amplio semicírculo rocoso. A babor, los descarnados acantilados de Bjørnøya, horadados por millones de años de oleaje, se elevaban hasta perderse entre las nubes. Entre sus grietas y salientes, anidaba una amplia colonia de aves marinas. Se estima que la isla aloja hasta 60.000 parejas de fulmares, 100.000 de gaviotas o mérgulos y hasta 250.000 de los distintos tipos de araos. En 1971 se interrumpió la tradicional recolección de huevos y, desde 2002, la isla y sus aguas costeras son parte de una reserva natural, protegida por la legislación noruega.

Exploración previa

Exploración previa.

Tan pronto como el barco estuvo asegurado, comenzó la preparación de la excursión en zódiac. En cuanto la primera lancha tocó el agua, una parte del equipo de expedición subió a bordo y salió a explorar las condiciones en la zona que íbamos a recorrer. Un protocolo que se repetiría previamente a cada excursión y que, en algunas ocasiones, acabó frustrando los planes, al no ser posible garantizar las condiciones mínimas de seguridad. Cambios de planes que, por otra parte, son inherentes a cualquier crucero de expedición.

Embarcando en zódiac

Embarcando en zódiac.

Para buena parte del pasaje, era el primer «salto» desde la seguridad del barco a una frágil zódiac. Y, todo hay que decirlo, no fue el mejor momento para el bautismo. Pese a encontrarnos relativamente protegidos por la propia Bjørnøya y el islote de Måkeholmen, el mar subía y bajaba continuamente junto a la compuerta de babor, la más protegida frente al oleaje. Desde el interior del SH Vega, tan pronto podías ver la negra goma de la zódiac asomando por encima del portalón, como hundida en lo que aparentaba ser un abismo entre las gélidas aguas. A pesar de lo cual, gracias a la profesionalidad de la tripulación, logramos embarcar sin mayor contratiempo.

Aguja de roca en Bjørnøya

Aguja de roca en Bjørnøya.

En el fondo, creo que acabó siendo un buen «bautismo de fuego». Las condiciones, tanto de la mar como atmosféricas, fueron las peores de todo el crucero. El oleaje era mucho más intenso de lo que podía parecer desde la seguridad del casco estabilizado del SH Vega. El frío era intenso, sobre todo en comparación con la espléndida tarde en que habíamos zarpado de Tromsø. Y, desde las nubes bajas, se descolgaba una lluvia imperceptible, pero que acababa calando todo aquello que tocaba. El resultado fue una experiencia un tanto desagradable, sobre todo para aquellos que no estaban acostumbrados a los rigores del Ártico, pero simultáneamente un perfecto entrenamiento para lo que teníamos por delante. En comparación, las demás veces que abordamos una zódiac desde el SH Vega nos parecieron pan comido.

Recorriendo los acantilados de Bjørnøya

Recorriendo los acantilados de Bjørnøya.

Dado que el proceso de embarcar y desembarcar en zódiac resulta lento y complicado, la naviera organiza un sistema de turnos rotatorios, de forma que no se junte todo el pasaje en el «campo base». Acabamos embarcando a las seis de una tarde que se iba volviendo cada vez más fría y gris. De inmediato, comenzamos un lento peregrinar, de algo más de una hora, por el perímetro de la amplia bahía, que nos llevó hasta Kapp Malmgren, el promontorio rocoso que cierra Sørhamna por el suroeste.

Más allá de Kapp Malmgren

Más allá de Kapp Malmgren.

La niebla, cada vez más baja, el continuo movimiento del mar, que en ocasiones salpicaba dentro de la zódiac, los cientos de aves volando sobre nuestras cabezas y la sensación de estar en un lugar remoto y de difícil acceso, se combinaban para crear un auténtico torrente de sensaciones, amontonándose en mi cerebro a tal velocidad que me era imposible asimilarlas completamente. Al final, la hora larga que pasamos en la zódiac me pareció un instante. El encargado de pilotarla, un curtido miembro del equipo de expedición, acabó tan entusiasmado por el entorno que sobrepasó ampliamente Kapp Malmgren hacia occidente. En un momento dado, al perder contacto visual con nuestra zódiac y temiendo que nos perdiéramos entre la niebla, el jefe de expedición dio una señal de alarma por radio, con el resultado de que regresamos a toda velocidad a la relativa seguridad de Sørhamna.

El SH Vega frente a Bjørnøya

El SH Vega frente a Bjørnøya.

Nuestra zódiac fue la última en volver. Apenas tuvimos tiempo de quitarnos la ropa impermeable y el chaleco salvavidas. Cuando logramos subir a cubierta, el SH Vega comenzaba a deslizarse frente a los mismos acantilados que, tan solo unos minutos antes, habíamos podido ver desde la lancha. La niebla seguía descendiendo, hasta tal punto que, para cuando quisimos virar hacia el norte, apenas podíamos entrever la silueta de la isla. Una lástima pues, pese a la brevedad de nuestra visita, Bjørnøya me pareció un lugar fascinante. Y tan remoto, que resultará complicado regresar.

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Para ampliar la información.

No he logrado encontrar información relevante en español.

En inglés, el Instituto Polar Noruego tiene una página sobre la isla: https://www.npolar.no/en/themes/bjornoya/.

Más interesante la reseña sobre Bjørnøya en la web de SEAPOP: https://seapop.no/en/activities/key-sites/bjornoya/.

La magnífica página Spitsbergen – Svalbard tiene una larga entrada, con una impresionante colección de galerías fotográficas: https://www.spitsbergen-svalbard.com/spitsbergen-information/islands-svalbard-co/bjornoya.html.