Después de un accidentado viaje desde Madrid y una primera jornada en la isla marcada por los retrasos y los últimos coletazos de un temporal invernal, comenzaba mi primer día completo en Islandia. Mi intención era avanzar por la costa sur de la isla, en dirección este, partiendo de Kirkjubæjarklaustur. Pero, antes de emprender el camino hacia oriente, tendría que retroceder 9 kilómetros, para visitar el cañón de Fjaðrárgljúfur. El día anterior, acabé llegando a su desvío después del anochecer.

Fjaðrárgljúfur en invierno.

Pese a su proximidad a la Ring Road, hasta hace unos años Fjaðrárgljúfur era una de las joyas escondidas de Islandia. En 2015 fue utilizado para grabar un video musical. Poco después, se filmaron varias escenas de una popular serie de televisión. Su salto a la fama fue tan meteórico, que las autoridades de la isla se vieron obligadas a clausurar temporalmente el acceso.

Tras recorrer el cañón, reemprendí la ruta hacia el este. En realidad, no tenía ni plan fijo ni hotel reservado. La filosofía de todo el viaje era ir improvisando sobre la marcha, en función de las circunstancias. Mis principales objetivos del día, tras visitar Fjaðrárgljúfur, eran el glaciar Svínafellsjökull, Jökulsárlón y, si el tiempo me alcanzaba, Stokksnes. La idea era dormir en Höfn o sus alrededores, a 200 kilómetros del punto de partida.

Una pausa junto al Lomagnupur

Una pausa junto al Lomagnupur.

La mañana era espléndida. Perfecta para conducir. Las escasas nubes, altas en el cielo, lograban suavizar la luz de un sol que, viajando hacia el este, tendría al frente durante varias horas. La Ring Road, perfectamente limpia, atravesaba campos cubiertos por una inmaculada capa de nieve. Apenas había tráfico y, sobre todo, el viento era inexistente. Difícil conducir en Islandia en mejores condiciones. Unos minutos antes de las once llegaba junto al Lomagnupur. Su mole, de 764 metros de altura, está perfectamente alineada con un tramo de la Ring Road, componiendo una de las imágenes clásicas de Islandia, que viajando hacia oriente quedaría a mi espalda.

En Skeiðarársandur

En Skeiðarársandur.

Más allá de Lomagnupur se extiende la llanura aluvial de Skeiðarársandur. Un paisaje extraño, formado por los sedimentos arrastrados por el Skeiðará y otros ríos glaciares del flanco meridional del Vatnajökull. En verano, la gran planicie negra, surcada por ríos sin cauce definido, tiene un aspecto irreal. Aunque la nieve priva a Skeiðarársandur de parte de su atractivo, aquella mañana la vista seguía siendo espléndida. El horizonte, mas allá de la llanura, estaba dominado por una sucesión de cimas blancas, con el Vatnajökull como telón de fondo. Allí estaban el agreste pico del Skarðatindur, al oeste del Skaftafellsjökull, o el Hvannadalshnjúkur, la cima mas alta de Islandia. Jamás había podido contemplar aquellas montañas con tanta claridad.

Morsárdalur desde la Ring Road

Morsárdalur desde la Ring Road.

Seguí avanzando. Pero, como suele ser habitual en Islandia, no llegué muy lejos. Poco después me detenía nuevamente, esta vez frente al valle de Morsárdalur. El panorama era todavía más impresionante. El Skarðatindur brillaba bajo los rayos del sol. A sus pies, se extendía Skaftafellsheiði, con sus laderas parcialmente cubiertas de vegetación. Al fondo, la enorme masa blanca del Vatnajökull dominaba el paisaje. Pero lo realmente interesante era el valle que se adentraba hacia los pies del mayor glaciar de Islandia. Morsárdalur, con diez kilómetros de longitud, es notable por partida doble. El valle contiene un bosque de sauces y abedules de 22 hectáreas. Toda una rareza en Islandia. Por si esto fuera poco, al fondo del valle está Morsárfoss, el mayor salto de agua de la isla, con 240 metros. La cascada emergió de entre las nieves perpetuas del Morsárjökull en 2007, arrebatando el título a Glymur cuatro años más tarde, cuando se midió oficialmente su altura. El acceso a Morsárfoss es complicado, incluso en verano. En pleno invierno, me tendría que conformar con fotografiar el valle desde la distancia. Al menos, pude distinguir la cascada, completamente congelada, en la pared vertical que cierra Morsárdalur por el norte.

El Skaftafellsjökull desde el desvío de Freysnesvegur

El Skaftafellsjökull desde el desvío de Freysnesvegur.

Otra parada, esta vez en el antiguo desvío de Freysnesvegur. Una pista que llevaba hasta Skaftafell, actualmente en desuso. La vista sobre el Skaftafellsjökull era tan magnífica como tentadora. Recordando mi anterior excursión al glaciar, en el invierno de 2019, tuve que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para mantener el plan inicial. Me ayudó la proximidad del Svínafellsjökull, cuya lengua podía ver hacia el este, surgiendo de entre las montañas. Me aproximaba a la segunda visita del día.

Al sur del Öræfajökull.

Cualquiera que acierte a recorrer la Ring Road entre Vik y Höfn durante un día despejado, creerá estar disfrutando de unas espléndidas vistas del extremo sur del Vatnajökull, el mayor glaciar de Islandia, cubriendo el horizonte hacia el norte. Siendo más precisos, podríamos decir que pasará la mayor parte del tiempo contemplando el Öræfajökull, el glaciar que forma la su parte meridional.

Los escasos 9 kilómetros que separan el aparcamiento de Fjallsárlón, mi última visita en el entorno del Öræfajökull, del mirador más occidental de Jökulsárlón fueron un magnífico ejemplo de la asombrosa velocidad con que puede cambiar el clima de Islandia. En Fjallsárlón, había podido disfrutar de los tibios rayos de un sol invernal, iluminando las montañas que enmarcan el glaciar. Según me aproximaba a Jökulsárlón, una negra nube iba cubriendo una porción cada vez mayor del cielo. Llegué a la laguna en medio de una copiosa nevada.

Jökulsárlón y Breiðamerkursandur en invierno.

El conjunto formado por la laguna glaciar de Jökulsárlón y su vecina playa de Breiðamerkursandur siempre me ha generado sentimientos contrapuestos. Por una parte, es un lugar fascinante. La belleza de la laguna, los icebergs que flotan en su interior, el impresionante fondo de glaciares y la espléndida playa, llena de fragmentos de hielo, conforman uno de los espacios mas deslumbrantes de Islandia.

Salí de Vestri-Fellsfjara algo después de las tres de la tarde, en medio de una intensa nevada. Aun me separaban 80 kilómetros de mi destino, en Höfn, pero no tenía alojamiento reservado. Podía quedarme a dormir en alguno de los hoteles que hay en las inmediaciones de Jökulsárlón. En ese momento, descubrí que estaban casi todos cerrados. Aunque el turismo en Islandia se iba recuperando lentamente de los efectos de la pandemia, algunos establecimientos habían preferido esperar al verano de 2022 para reabrir sus puertas. La excepción, el Fosshotel Glacier Lagoon, no tenía habitaciones disponibles.

Consulté el estado de las carreteras en safetravel.is. La Ring Road estaba abierta y seguía sin hacer viento. Decidí continuar hacia el este, al menos durante unos kilómetros. Si la nevada arreciaba, siempre podía dar media vuelta. Tras diez minutos conduciendo en unas condiciones deplorables, el clima volvió a cambiar. La nevada se detuvo súbitamente y, hacia el este, la claridad de las nubes presagiaba una mejoría del tiempo. El temporal había dejado la carretera completamente cubierta de nieve, pero ésta era perfectamente transitable.

Llegué a las proximidades de Höfn sobre las cuatro y media. Para descubrir que tampoco había alojamiento disponible. La situación se complicaba por momentos. Mi siguiente opción estaba en los Fiordos del Este, pero allí también estaban cerrados varios hoteles. Acabé encontrando habitación en el Hotel Framtíð. En realidad, también estaba lleno, pero me había alojado en el hotel en el 2019 y recordaba la extrema amabilidad de su personal. Hablé con ellos por teléfono, les comenté mi situación y me ofrecieron una cabaña junto al hotel.

El nuevo plan significaba que aun quedaban 98 kilómetros por delante. Me puse en marcha de inmediato. En esas condiciones, no tenía sentido detenerme en Stokksnes. Además, el tiempo volvía a empeorar. A los negros nubarrones que acechaban hacia oriente se unió un viento cada vez más intenso, descendiendo desde el interior de la isla hacia el mar. Cuando llegué a la entrada del túnel de Almannaskarðsgöng, me recibió una fuerte ventisca.

Al norte de Almannaskarðsgöng

Al norte de Almannaskarðsgöng.

Bastaron los 1.312 metros de longitud del túnel para que la tarde volviera a cambiar. Aunque, más que la distancia, debió influir el relieve de la zona, con una hilera de cimas, de más de 700 metros de altura, protegiendo el flanco occidental de esta parte de la Ring Road. En cualquier caso, el tramo de la ruta paralelo a la orilla de Lónsvík fue una maravilla. La luz del atardecer, la carretera nevada, la ausencia de tráfico y la calma total ayudaron. Pero creo que también influyó en mi percepción el contraste con las nefastas condiciones en las que llevaba conduciendo desde Jökulsárlón.

Vestrahorn desde Lónsfjörður

Vestrahorn desde Lónsfjörður.

Incluso me animé a hacer una nueva pausa, cerca del extremo oriental de Lónsfjörður. La laguna, completamente congelada, transmitía una asombrosa sensación de serenidad. Pero lo que realmente me hizo detenerme fue Vestrahorn. La hermosa montaña, una de las más fotogénicas de Islandia, era el principal motivo de mi frustrada visita a Stokksnes. Pero parece que Vestrahorn esté empeñada en no regalarme una fotografía satisfactoria. Aquel debía haber sido mi tercer intento, pero tuve que conformarme retratándola con el teleobjetivo, a casi 20 kilómetros de distancia.

Al sur de Lækjavik

Al sur de Lækjavik.

La última parada del día fue en uno de los miradores al sur de Lækjavik. La vista era interesante, pero no podía rivalizar con la que había disfrutado tres años atrás, en un hermoso amanecer invernal. Ahora, era el ocaso el que llegaba rápidamente. Entre la bruma y la falta de luz, era imposible apreciar la isla de Papey o las hermosas montañas que forman la orilla septentrional del Berufjörður. Pese a que entraba en una de las regiones mas bellas de Islandia, no tenía sentido volverme a detener.

Djúpivogur

Djúpivogur.

Eran las seis y media de la noche cuando finalmente llegué a Djúpivogur, mientras la luna llena se filtraba por un claro entre las nubes. Habían pasado casi once horas desde que, con las primeras luces del alba, salía del hotel en Kirkjubæjarklaustur. Una jornada inusualmente larga para lo habitual en mis viajes invernales, en los que procuro llegar al destino antes del ocaso. Por una parte, estar en territorio familiar me permitía apurar el tiempo. Al fin y al cabo, conocía tanto las carreteras como los paisajes que recorría. Pero lo que realmente trastocó el día fue el caótico clima de Islandia. Después de cenar, mientras me acomodaba en mi confortable cabaña, no pude evitar recordar cómo había terminado la entrada del blog sobre mi anterior viaje invernal por la isla: «Aunque, en el fondo, no me habría importado conocer otra Islandia, más salvaje e inclemente. Quizá la próxima vez«. Parecía que los dioses nórdicos querían atender mis súplicas.

Para ampliar la información:

En este mismo blog, se puede ver mi anterior recorrido invernal por la zona, en sentido contrario, en las entradas https://depuertoenpuerto.com/de-djupivogur-a-hnappavellir/ y https://depuertoenpuerto.com/de-hnappavellir-a-hvolsvollur/.

Quien no tenga experiencia en la conducción invernal en Islandia, puede visitar https://depuertoenpuerto.com/conducir-en-islandia-el-invierno/.

En Crónicas de una cámara hay una entrada interesante sobre Skeiðarársandur: https://www.ignacioizquierdo.com/blog/2007/05/la-desolacion-de-cruzar-el-skeiðararsandur-por-islandia-9/.

El blog Aetherea Viajes tiene una entrada sobre Djúpivogur: https://aetheriatravels.com/djupivogur-islandia/.

En inglés, la web Iceland Falls tiene una entrada sobre Morsárfoss: https://icelandfalls.com/morsarfoss/.