Antes de partir de Rávena, dimos un último paseo por la ciudad. La excusa era visitar su catedral barroca, mientras hacíamos tiempo para que abrieran el mausoleo de Teodorico. En una mañana de domingo, en pleno mes de agosto, la ciudad rezumaba tranquilidad, con sus calles prácticamente vacías. Una extraña neblina flotaba en el aire, creando un ambiente onírico. Fue una despedida perfecta para la hermosa ciudad.
La catedral de Rávena.
El mausoleo de Teodorico.
Nuestra siguiente visita era la basílica de San Apolinar en Classe. Un templo del siglo VI, construido por orden del obispo Urso. Como tantos edificios de Rávena, el exterior de San Apolinar era un tanto anodino. Una fachada de ladrillo visto, sin ningún elemento decorativo digno de mención. Su auténtico interés está en los mosaicos que adornan su ábside. De estilo bizantino y con una gran carga dogmática y simbólica, hacen que la basílica esté incluida en el listado de monumentos paleocristianos de Rávena declarados por UNESCO Patrimonio de la Humanidad.
Pero no pudimos verlos. Resultó que los domingos el templo no abría hasta primera hora de la tarde. Confiados en que el horario era el mismo que el de los demás monumentos con mosaicos de Rávena, ni se nos había ocurrido consultarlo. Nos tuvimos que conformar con dar un tranquilo paseo por sus jardines y contemplar desde lejos su campanario del siglo IX.
Un tanto decepcionados, atravesamos Rávena y salimos hacia el norte por la SS309. De camino a Venecia, queríamos hacer una escala en Chioggia. La carretera, flanqueada por bosques y tierras de labor, avanzaba por una llanura sin demasiado atractivo. La vegetación ocultaba tanto el cercano mar como los restos de las antiguas lagunas costeras que íbamos dejando a los lados. Hasta que, casi una hora después de salir de San Apolinar, una esbelta torre sobresaliendo por encima de los árboles llamó nuestra atención. Nuestro fracaso en San Apolinar nos había dejado tiempo de sobra. Decidimos desviarnos y curiosear.
La torre pertenecía a la basílica de la antigua abadía benedictina de Pomposa. La referencia más antigua de su existencia procede del 874, cuando es mencionada como «monasterium sanctae Mariae in Comaclo quod Pomposia dicitur» en una disputa entre el obispado de Rávena y el papado. Aunque se piensa que había sido fundada poco después de la destrucción del puerto de Classe, en el 574. Convertida en un centro artístico y cultural de primer orden, la abadía se enriqueció con numerosas donaciones, acumulando posesiones repartidas por todo el norte y centro de Italia. Sus escribas atesoraron una impresionante colección de copias de manuscritos clásicos y, entre sus muros, Guido de Arezzo ideó la notación musical moderna.
A partir del siglo XIV, los cambios en el entorno acabaron con su prosperidad. La linea de costa retrocedió y los terrenos circundantes se convirtieron en un foco de malaria. Los monjes abandonaron Pomposa en 1553, partiendo rumbo al nuevo monasterio de San Benedetto, en Ferrara. En 1653 el papa Inocencio X disolvió el monasterio. Sus ruinas serian adquiridas en 1802 por los Guiccioli, una familia de Rávena. A finales del mismo siglo, pasarían a manos del estado italiano.
La joya de Pomposa es su iglesia de Santa María. Dividida en tres naves, sus principales tesoros son un suelo de mosaicos de diversas épocas y los frescos del siglo XIV, de la escuela de Bolonia, que decoran la bóveda y las paredes de la nave central. Pero, nuevamente, nos quedamos sin poder visitarlos. En este caso, por ser domingo.
En cambio, pudimos ver los frescos del refrectorio. En la pared del fondo se encuentran los que, para algunos, son los mejores de la abadía, obra de un artista anónimo que suele ser conocido como el Maestro de Tolentino. Sus tres escenas representan la Última Cena, la Déesis y el milagro de San Guido.
También eran interesantes los frescos de la sala capitular, entre los que nos llamó especialmente la atención el que representa la Crucifixión. Originarios del siglo XIV, parece que fueron pintados por un discípulo de Giotto. En las paredes laterales, los santos Benito y Guido, rodeados de profetas, son una referencia a la orden benedictina. El primero, como su fundador, el segundo, como uno de los mas destacados abades de Pomposa.
Al contrario que en San Apolinar, la frustrada visita a Pomposa no nos dejó mal sabor de boca. Al fin y al cabo, no estaba en nuestros planes. Lo mucho o poco que pudimos ver de la impresionante abadía nos lo tomamos como un regalo de la diosa Fortuna.
Reanudamos nuestra ruta rumbo a Chioggia, nuevamente por una carretera secundaria flanqueada por bosques, tierras de labor y edificaciones dispersas. Tan solo mientras atravesábamos el puente sobre el Po, el último antes de su desembocadura, se rompió brevemente la monotonía del paisaje. Poco después de la una, llegábamos al extremo meridional de la laguna veneciana.
Un paseo por Chioggia.
Puede que la «maldición» de Chioggia sea estar siempre a la sombra de Venecia. De alguna forma, ha acabado convertida en una versión distópica de su hermana mayor, en la que podemos ver cómo podría haber sido la ciudad de la laguna en un universo paralelo, en el que la fortuna le hubiera sido menos favorable.
De nuevo, los 52 kilómetros que separaban Chioggia del aparcamiento en Piazza di Roma fueron decepcionantes. Tan solo al comienzo pudimos ver la zona sur de la laguna, que la SS309 atravesaba saltando entre islotes artificiales unidos por pequeños puentes. Después, la carretera se separaba de la costa, adentrándose en el típico paisaje de la llanura del Po: una interminable planicie agrícola salpicada de edificios. El entorno se volvía cada vez más urbano, según nos aproximábamos a Marghera y Mestre. Hasta que, finalmente, enfilamos el puente de la Libertad. Siempre me ha parecido la peor forma de llegar a Venecia, pero aquel día me alegré de avanzar por sus estrechos carriles, encajonado entre un muro de hormigón y un guardarraíl metálico. Mas allá del asfalto, la silueta de una ciudad con incontables torres y cúpulas anunciaba nuestro destino.
Tarde de tormenta en Venecia.
Por primera vez en muchos años, llegábamos a Venecia en coche. Mientras atravesábamos los casi cuatro kilómetros del puente de la Libertad, las dudas se acumulaban en mi cabeza. ¿Había sido una buena idea regresar a Venecia en pleno mes de agosto? No tardaríamos mucho en averiguarlo.
Terminaba así la mitad «terrestre» de nuestro improvisado periplo por Italia en el primer verano de la pandemia. Pero aun quedaba la mejor parte del viaje: cinco días disfrutando de una Venecia prácticamente vacía, en la que era posible permitirse lujos como tener para ti solo la Scuola Grande di San Rocco, reservar sobre la marcha una habitación con vistas al Gran Canal (sin tener que vender tu alma al diablo para poder pagarla) o entrar sin colas ni agobios en el Palacio Ducal. Una maravilla difícil de repetir.
Para ampliar la información:
El blog artiumres tiene una entrada sobre los mosaicos de San Apolinar en Classe que nosotros no pudimos ver: http://artiumres.blogspot.com/2008/01/mosaicos-de-san-apolinar-del-puerto-en.html.
La página oficial de turismo de la provincia de Ferrara contiene información práctica sobre la abadía de Pomposa: https://www.ferrarainfo.com/es/codigoro/no-hay-que-perderse/arte-y-cultura/abadias-monasterios-santuarios/abadia-de-pomposa.
En inglés, The Bizantine Legacy tiene una galería de fotos de San Apolinar en Classe: https://www.thebyzantinelegacy.com/apollinare-classe.
El blog de Monica Cesarato tiene un buen post sobre Pomposa: https://www.monicacesarato.com/blog/a-small-jewel-of-medieval-art-the-abbey-of-pomposa/.
También es interesante la entrada en Delicious Italy: https://www.deliciousitaly.com/emilia-romagna-itineraries/the-glorious-abbey-of-pomposa.
La página sobre la abadía en la web oficial de turismo de Emilia Romagna está en https://www.travelemiliaromagna.it/en/abbey-pomposa-emilia-romagna/.
En italiano, se puede consultar la página oficial de San Apolinar en Classe en https://www.musei.emiliaromagna.beniculturali.it/musei/sant-apollinare-in-classe.