Tras un día de transición, condicionado por la incertidumbre de los resultados de las pruebas PCR, comenzaba nuestra primera jornada real del viaje por Islandia, en la que nos adentraríamos por primera vez en sus famosas Tierras Altas. Había intentado documentarme lo más posible sobre una región en la que no hay población estable y las carreteras se ven reducidas a meras pistas de tierra, tan solo abiertas durante el corto verano islandés. Pero, en el fondo, para mi seguía siendo una «terra incognita». Buena parte de la información que había encontrado en la web, además de más subjetiva de lo normal, en muchos casos estaba claramente sesgada, intentando «vender» la necesidad de recorrer la zona en excursiones organizadas. Nosotros nos adentraríamos en sus pistas con la confianza que da la ignorancia, conduciendo un Kia Sportage. Un SUV que, visto con perspectiva, no era el vehículo más adecuado para un entorno tan hostil.

Junto al Þjórsá

Junto al Þjórsá.

Salimos de Selfoss en una espléndida mañana de verano. Tan espléndida que, sobre la marcha, decidimos cambiar nuestros planes. Aprovecharíamos las benignas condiciones atmosféricas para explorar Landmannalaugar, dejando las visitas a Hjálparfoss, GjáinHáifoss para el día siguiente. Tras recorrer durante unos kilómetros la Ring Road, nos desviamos hacia el interior, por la carretera 30. El paisaje era impropio de Islandia. Verdes praderas salpicadas de granjas, un río sereno y, a lo lejos, montañas nevadas, todo ello bajo un espléndido cielo azul. Aunque las montañas nevadas en realidad eran el volcán Hekla, uno de los más activos de la isla.

Embalse del Hrauneyjalón

Embalse del Hrauneyjalón.

La carretera 30 dio paso a la 32, mientras seguíamos avanzando cerca de la orilla derecha del Þjórsá, el río más largo de Islandia. Poco después de atravesar el puente sobre el Fossá, llegamos al límite de las Tierras Altas. Un fuerte repecho, con una curva cerrada, nos trasladó a un lugar diferente, donde el verde daba paso a tonos pardos y grises. El suave paisaje se había convertido en un entorno áspero, pero aquello distaba mucho de ser un paraíso natural. La carretera avanzaba, recta como una flecha, por una llanura estéril, flanqueada por la infraestructura creada para el aprovechamiento hidráulico del curso alto del Þjórsá. Presas, canales, líneas de alta tensión . . . De la 32 pasamos a la 26 y de ésta a la 208, zigzagueando entre lagos artificiales, siempre bajo la atenta mirada del Hekla.

Sigoldufoss

Sigoldufoss.

Finalmente, hicimos una parada en Sigoldufoss, una pequeña cascada en lo que queda del curso del Tungnaá. Sigoldufoss se encuentra entre los embalses de Hrauneyjalon y Krókslón. Este último, construido en 1981, desvía parte del agua del río, por lo que en ocasiones Sigoldufoss puede llegar a tener un caudal muy escaso. Aquel día la cascada, de apenas 10 metros de altura, caía con fuerza sobre una poza de aguas color turquesa, creando una nota de color en medio de un mundo cada vez más gris.

Una pausa junto al Tungnaá

Una pausa junto al Tungnaá.

Tras la breve pausa, nos reincorporamos a la carretera 208, que una vez atravesado el puente sobre el Tungnaá se convertía en una pista de tierra, con el firme bastante irregular. La pista iba tomando altura, mientras se adentraba en un campo de lava, zigzagueando entre los postes de una linea de alta tensión. ¿Aquello eran las míticas Tierras Altas de Islandia? ¿Embalses y pistas bacheadas y llenas de curvas, entre cables y horribles torres metálicas? Un tanto decepcionados, decidimos hacer una pausa junto al Tungnaá, en un lugar marcado en OpenStreetMaps como «vista panorámica». Las grises y tumultuosas aguas del río salvaban un pequeño salto, de apenas un metro de altura, frente a una oscura masa de roca. Interesante, pero nada excepcional.

Adentrándonos en las Tierras Altas

Adentrándonos en las Tierras Altas.

Poco después, la ruta se separaba del río, camino de una cercana montaña, mientras dejaba la línea eléctrica a un lado. Tras bordear la montaña durante tres kilómetros, giraba bruscamente hacia el sur, separándose del río y el tendido eléctrico. En un abrir y cerrar de ojos, nos vimos inmersos en un paisaje mágico. Un mundo áspero, sin vegetación, en el que el oscuro suelo contrastaba vivamente con el azul del cielo. En cierto modo, tuve la misma sensación que en algunos jardines japoneses, donde su anodina entrada busca realzar las maravillas de su interior, deslumbrando al visitante con el contraste.

Carretera 208 en las inmediaciones de Hnausapollur

Carretera 208 en las inmediaciones de Hnausapollur.

La pista, apenas una estrecha banda de tierra prensada, avanzaba por un paisaje irreal, donde la única nota de color la ponían los sutiles tonos rojizos de las laderas de volcanes extintos. Tanto el trazado como la superficie habían mejorado notablemente. Conducir por un lugar tan extraño era una experiencia increíble, de la que quedé prendado inmediatamente. Una pasión de la que no me he podido liberar. Casi tres horas después de haber salido de Selfoss, por fin estábamos en las auténticas Tierras Altas de Islandia.

Desde el mirador junto al Frostastaðavatn

Desde el mirador junto al Frostastaðavatn.

Apenas quedaban 12 kilómetros hasta Landmannalaugar, pero tardamos una hora en completarlos. Parábamos continuamente, incapaces de resistirnos a los encantos del paisaje. El punto álgido del recorrido fue una colina sobre el Frostastaðavatn. Solo por aquella vista, habría merecido la pena el viaje desde Selfoss. Frente a nosotros, más allá de las aguas color turquesa del lago, se levantaban varias montañas de riolita, un anticipo de las que nos esperaban en Landmannalaugar. Entre sus laderas, reptaba una colada de lava, originada durante la erupción del Torfajökull, en 1477. La colada llegaba hasta el lago, donde la lava, cubierta de musgo, se entrelazaba con el agua. Las pocas nubes que quedaban en el cielo tamizaban la intensa radiación solar, creando efímeros juegos de luces y sombras. Permanecimos un rato absortos, incapaces de articular palabra, extasiados por la irreal belleza del lugar.

La 208, camino del Jokulgilskvisl

La 208, camino del Jokulgilskvisl.

Más allá de la colina, la pista volvía a descender, recorriendo el extraño paisaje camino del valle del Jokulgilskvisl. Nos hicimos la firme promesa de no volver a parar hasta Landmannalaugar, pues al paso que llevábamos corríamos el riesgo de no llegar en todo el día. Por una vez, fuimos capaces de cumplir el compromiso, aunque no fue sencillo.

El vado del Namskvisl

El primer vado del Namskvisl.

Finalmente, llegamos al primer aparcamiento de Landmannalaugar. El plan era aparcar allí y cruzar el Namskvisl por el precario puente peatonal que lo atraviesa. Pero, desde el puente, el doble vado del río no parecía gran cosa. Al final, tras ver cómo lo atravesaban varios vehículos, decidimos probar suerte. Puestos a quedarnos embarrancados en un vado de las Tierras Altas, parecía un buen lugar, donde la ayuda estaba garantizada. Fue una experiencia interesante. El coche, aun manteniendo la adherencia al pedregoso suelo, respondía de una forma extraña, mientras varios sensores, imagino que descontrolados por el agua gélida, activaban luces y sonidos de alarma. Pero logramos superar los dos brazos del río y llegar al segundo aparcamiento.

Los colores de Landmannalaugar.

El objetivo de nuestra ruta era Landmannalaugar, quizá el lugar más visitado de las Tierras Altas de Islandia. A pesar de algún contratiempo, que nos impidió realizar el itinerario que habíamos planeado, tuvimos la suerte de recorrerlo durante un día espléndido, poco habitual en la zona.

Para regresar, teníamos que volver a cruzar los dos brazos del río. Esta vez no había elección posible, pero afrontamos el reto con mucha más confianza. Al final, la experiencia tomada vadeando cuatro veces el Namskvisl sería muy útil para el desafío del año siguiente, cuando atravesamos Islandia de sur a norte por las Tierras Altas.

Cráter de Hnausapollur

Cráter de Hnausapollur.

Camino del hotel, hicimos un par de paradas. La primera, en el cráter de Hnausapollur, situado a escasos metros de la pista principal. Hnausapollur se formó en la gran erupción del 871, la primera a la que se enfrentaron los colonizadores de la isla. Y se estrenaron a lo grande, pues entraron simultáneamente en erupción el Bárðabunga y el Torfajökuill. El cráter contiene un lago, con algo más de 830 metros de longitud y situado a una altitud de 570 metros. El tono azulado de sus aguas ha dado lugar al nombre alternativo con el que es conocido: Bláhylur.

Vista desde Hnausapollur

Vista desde Hnausapollur.

Desde el borde del cráter, pudimos apreciar la magnitud del paisaje circundante. Una llanura oscura y pedregosa, desprovista de vegetación, en la que las únicas huellas de civilización eran las escasas pistas que la atravesaban y los lejanos penachos de polvo que levantaban los pocos vehículos que las recorrían. Al fondo, apenas visible sobre el horizonte, se levantaba una lejana cadena de cimas nevadas. Pese a estar en una de las zonas más transitadas de las Tierras Altas, la sensación de insignificancia y soledad era abrumadora.

Sigöldugljufur

Sigöldugljufur.

Nuestra última parada, antes de llegar al hotel en Hrauneyjar, fue en Sigöldugljufur, un hermoso cañón en el que cae una increíble sucesión de cascadas. La pista que pasa junto a Sigöldugljufur es de acceso restringido, por lo que tuvimos que aparcar en las inmediaciones de la 208 y hacer los últimos 700 metros andando. Desde el borde superior del cañón, contemplábamos un pequeño vergel incrustado en las ásperas Tierras Altas, con varias cascadas manando entre las sucesivas capas de lava y precipitándose en las turquesas aguas del Tungnaá. Pero el entorno en el que se sitúa, junto a la gran presa de la central hidroeléctrica de Sigalda, no es el más favorable. Una gran línea perfectamente horizontal, fruto de la mano del hombre, corta la perspectiva entre el borde del cañón y las montañas del fondo. Además, llegamos bien entrada la tarde, por lo que su lado occidental estaba sumido en la penumbra. A pesar de que el lugar tenía su encanto, no fue rival para las maravillas que acabábamos de contemplar.

Para ampliar la información:

Quien no tenga experiencia conduciendo por las Tierras Altas de Islandia, puede encontrar información práctica en otra entrada de este mismo blog: https://depuertoenpuerto.com/conducir-en-islandia-las-tierras-altas/.

Volvimos a recorrer la zona al año siguiente, esta vez llegando desde el sur por la F208: https://depuertoenpuerto.com/en-la-f208/.

En https://depuertoenpuerto.com/doce-dias-en-islandia/ se puede ver el itinerario completo de nuestro viaje alrededor de Islandia en el verano de 2020.

Para quien no se anime a realizar la ruta en coche, el blog Medio Penique describe una excursión en autobús: https://www.mediopenique.com/excursion-un-dia-landmannalaugar-tierras-altas-islandia/.

En inglés, la página de Reykjavík Cars tiene una entrada con consejos para realizar la ruta: https://www.reykjavikcars.com/post/driving-to-landmannalaugar.

En Hit Iceland hay una entrada sobre el cráter de Hnausapollur: https://hiticeland.com/hnausapollur-or-blahylur-crater-iceeland.

La misma web, contiene un artículo sobre Sigöldugljúfur: https://hiticeland.com/sigoldugljufur-canyon-fjallabak.

Los interesados en ampliar su conocimiento sobre la actividad volcánica en la zona, pueden descargar un interesante PDF en https://en.vedur.is/media/jar/Bardarbunga_kafli20140825.pdf.