En el centro geográfico de Islandia se extiende una amplia región, completamente deshabitada, donde reinan la piedra, la nieve y el viento. Un páramo desolado, en el que apenas crece vegetación, flanqueado por dos grandes glaciares: el Vatnajökull y el Hofsjökull. El corazón de las Tierras Altas. Un lugar cargado de leyendas y dificultades, que atrae como un imán a todos los que, como yo, han caído hechizados por la poderosa magia de la Tierra de Hielo.

Sprengisandsleið.

Pese a ser un lugar remoto, Sprengisandur era conocido desde los primeros tiempos de la colonización noruega de Islandia. Durante la era del Þjóðveldisöld, lo atravesaban regularmente los habitantes del este y el norte de la isla para acudir a la reunión anual del Alþingi en Þingvellir. En las Sagas se menciona la ruta repetidas veces, casi siempre como Sandleið, el camino de arena. Aun más rápido que en el caso de Kjölur, Sandleið fue progresivamente abandonado cuando la isla cayó en la órbita del rey de Noruega y el Alþingi perdió gran parte de su importancia. Hubo que esperar a finales del siglo XIX, para que el explorador y arqueólogo danés Peter Daniel Bruun abriera nuevamente una ruta, ligeramente al sureste del camino histórico. En agosto de 1933 fue atravesada por primera vez en coche. Toda una proeza, teniendo en cuenta cómo eran los vehículos de la época y que no había ningún puente construido. En realidad, tampoco existía la pista, que fue abierta posteriormente y sería conocida como Sprengisandsleið. Oficialmente, la carretera F26.

Sprengisandur

Sprengisandur.

La actual carretera 26 cruza Islandia de suroeste a noreste. Arranca junto a una gasolinera, en una rotonda de la Ring Road unos 3 kilómetros al oeste de Rauðalækur, para morir contra una valla para el ganado en las inmediaciones de la granja de Mýri, donde se une a la 842. Un total de 280 kilómetros atravesando el centro de la isla. De éstos, 154 kilómetros corresponden a la F26 propiamente dicha. La carretera de montaña, únicamente apta para vehículos 4×4. El resto, son parte de la carretera «normal», lo que no quiere decir que estén completamente asfaltados. Simplemente, es legal recorrerlos con cualquier tipo de vehículo.

En la parte norte de la F26

En la parte norte de la F26.

En cualquier caso, si a los 190 no asfaltados de las carreteras 26 y F26, añadimos los de la carretera 842, que lleva desde Mýri hasta la Ring Road en las inmediaciones de Goðafoss, hay un total de 227 kilómetros consecutivos de pista de tierra, atravesando una de las zonas más duras de Islandia, con varios vados potencialmente complicados y sin ninguna gasolinera en los 241 kilómetros que separan la OB de Hrauneyjar y la N1 de Fosshóll.

El comienzo de la ruta.

Repostando en Hrauneyjar

Repostando en Hrauneyjar.

Nuestro plan para la tercera jornada en las Tierras Altas era muy simple. Saldríamos del Highland Centre de Hrauneyjar, donde habíamos pasado la noche, para llegar al hotel Laxá, en las inmediaciones del lago Mývatn. De camino, visitaríamos un par de cascadas. Prefiriendo pecar de precavidos, la tarde anterior habíamos llenado hasta rebosar el depósito de gasolina. Había oido que la OB de Hrauneyjar tiene cierta tendencia a averiarse, lo que nos habría obligado a retroceder 56 kilómetros para repostar en la N1 de Arnés, la gasolinera más cercana. Todavía más complicado era nuestro plan B. Si alguno de los vados de la F26 nos obligaba a retroceder, el rodeo para llegar al Mývatn sería larguísimo. El peor escenario era fracasar en el vado del Hagakvislar, a 114 kilómetros de Hrauneyjar. En ese caso, llegar al hotel supondría un rodeo de nada menos que 700 kilómetros, imposibles de recorrer en lo que quedara de día.

Según pasábamos por la recepción del Highland Centre, una chica uniformada nos preguntó por nuestro destino y el coche que llevábamos. Algo relativamente normal en las Tierras Altas de Islandia. Tan solo quería aconsejarnos sobre el estado de la ruta, que según nos comentó era bastante favorable. En anteriores jornadas, habían llegado varias personas desde el noreste conduciendo vehículos de menor tamaño que el nuestro. Llevaba varios días sin llover y el caudal de los ríos era relativamente bajo. Nos llenó de confianza, que en cualquier caso no duró mucho. Al salir a la calle, nos dimos de bruces con una espesa niebla. La situación empeoró según la carretera iba tomando altura, para ponerse realmente complicada cuando se acabó el asfalto y con éste las lineas pintadas en la calzada. Pasamos un buen rato avanzando lentamente, por una pista en la que nuestra única referencia clara eran las balizas amarillas de sus cunetas, que a veces llegábamos a perder de vista.

Río Kaldakvisl junto a la F26

Río Kaldakvisl junto a la F26.

Hubo un momento en que comenzamos a plantearnos abandonar. Pero, si por algo se caracteriza Islandia, es por su voluble clima. Seguimos adelante, confiando en un brusco cambio atmosférico o en que, según la carretera iba tomando altura, acabásemos saliendo por encima de las nubes. Al final, fue una mezcla de ambas posibilidades. Tras algo más de media hora conduciendo casi a ciegas, la niebla comenzó a despejar según llegábamos al puente sobre el Kaldakvisl. Justo a tiempo de poder contemplar el río, que pasa bajo Sprengisandsleið encajonado en un pequeño cañón.

Kerlingarfjöll desde la F26

Kerlingarfjöll desde la F26.

Poco antes de las diez, el día abrió definitivamente, revelando en toda su inmensidad el desolado paisaje que nos rodeaba. A nuestra izquierda, más allá de la amplia llanura, se elevaba un grupo de extrañas montañas de riolita, con sus cimas ocultas entre las nubes. Era el macizo de Kerlingarfjöll, formado por los restos de dos antiguos volcanes, que esconden uno de los lugares más fascinantes de Islandia.

Colinas al sur de la F26

Colinas al sur de la F26.

A la derecha de la F26, una sucesión de oscuras colinas iba elevándose hacia Jokulheimar. Más allá, estaban Langisjór, oculto tras las montañas, y el Tungnaarjökull, un glaciar en el extremo occidental del gran Vatnajökull. En este caso, era una mezcla entre nubes y bruma la que nos impedía ver su gélida superficie.

Lago Kvíslavatn y Hofsjökull

Lago Kvíslavatn y Hofsjökull.

Seguimos avanzando por la pedregosa llanura. Poco después, era el Hofsjökull el que dominaba el paisaje, elevándose hasta rozar las nubes más allá de un laberinto de lagos, entre los que destacaba el Kvíslavatn, con una extensión de 20 km². El paisaje era áspero, pero todavía podíamos distinguir algunas manchas verdes, aferradas al terreno junto al cauce de los ríos.

El día iba mejorando y los claros se iban adueñando lentamente del cielo. La F26 zigzagueaba por una inmensa llanura, entre los hielos del Hofsjökull y unas colinas de extrañas formas. Avanzábamos a una velocidad razonable, llenos de confianza ante las óptimas condiciones atmosféricas. La pista apenas tenía tráfico y, como suele ocurrir en Islandia, conducir era una auténtica delicia.

El vado del Svartá.

Poco antes de las once de la mañana, llegábamos al río Svartá y nos dábamos de bruces con el primer vado de la ruta. Al principio, parecía un tanto intimidante. Una amplia charca, de al menos diez metros de ancho, se interponía en nuestro camino. Al observarlo con más detenimiento, se despejaron todos nuestros temores. Las claras aguas del río se remansaban en el vado, permitiéndonos apreciar perfectamente el fondo de éste. Ni me molesté en bajar del coche a estudiar la forma de cruzarlo.

Más allá del Svartá

Más allá del Svartá.

Más allá del vado, el paisaje se volvió todavía más desolado, pero no por ello menos interesante. La ruta pasaba junto a algunas montañas, cuyo perfil nos recordaba vagamente las que habíamos visto en la jornada anterior, cerca de Landmannalaugar. Pero éstas eran si cabe aun más ásperas. Resultaba complicado encontrar cualquier señal de vida en sus laderas, más allá de unas cuantas hierbas resecas o de alguna mancha de musgo, aferrada a la escasa humedad. Uno de los motivos del rápido abandono de la ruta en la Edad Media había sido precisamente la falta de pastos con los que alimentar a los caballos de aquellos que se aventuraban a atravesarla.

Atravesamos otro vado, que resultó ser poco más que una charca remansada. Nos cruzamos con una pareja de ciclistas. Otro vado, que en esta ocasión estaba completamente seco. Kilómetro tras kilómetro, recorríamos un paisaje que se podría calificar como monótono. Una interminable sucesión de colinas cada vez más estériles, por las que la F26 zigzagueaba, subiendo y bajando sin parar. Pero esa monotonía aparente es parte del embrujo de Sprengisandur. El desierto parece no tener fin y sus propias dimensiones magnifican la sensación de aislamiento e insignificancia.

El mirador de Kistualda.

Al norte de Kistualda

Al norte de Kistualda.

Llevábamos tres horas y media avanzando por Sprengisandsleið, parando exclusivamente para hacer algunas fotos. Nos acercábamos a un lugar denominado Kistualda. Sin saber muy bien qué íbamos a encontrar, nos pareció buena idea hacer una pausa y estirar las piernas. Tras un primer despiste que nos hizo recorrer unos metros de Kvíslavegur, una pista que lleva hasta el lago Kvíslavatn, a la segunda acertamos y aparcamos en una pequeña explanada, junto a lo que resultó ser un cerro a una altitud de 767 metros.

El Hofsjökull desde Kistualda

El Hofsjökull desde Kistualda.

Las vistas desde la cima eran impresionantes. La desolación dominaba el paisaje en todas direcciones, tan solo interrumpida hacia el noroeste por la masa helada del Hofsjökull. El glaciar, con 925 km² de superficie, es el tercero más extenso de Islandia. Alcanza una altitud de 1.765 metros y, como suele ocurrir en la isla, sus nieves perpetuas ocultan la caldera de un volcán activo.

Vista hacia el suroeste de Kistualda

Vista hacia el suroeste de Kistualda.

Hacia el suroeste, podíamos ver el extenso páramo que habíamos dejado atrás. Más allá de las colinas y algún lago, la llanura pedregosa parecía no tener fin, fundiéndose a lo lejos con el horizonte. Parecía imposible que acabásemos de atravesar un lugar tan salvaje y primigenio.

Más allá de Kistualda

Más allá de Kistualda.

En dirección contraria, teníamos el camino por recorrer. Aquí comenzaban a verse algunas montañas, aunque la bruma y las nubes bajas seguían ocultándonos los hielos del Vatnajökull, el gran glaciar que cubre un 8% de la superficie de Islandia. En medio del desolado páramo, podíamos ver la pista, que seguía zigzagueando entre los cerros sin solución de continuidad. Aún estábamos a 158 kilómetros del asfalto. Era hora de seguir nuestra ruta.

Retomamos el camino, subiendo y bajando entre colinas, por un interminable universo en el que parecía haber tantas piedras como estrellas en el firmamento. Tan solo la silueta del cada vez más cercano Hofsjökull rompía la hipnótica monotonía del paisaje. Y de pronto, tras la enésima curva, una montaña parcialmente cubierta de nieve asomó por encima de las colinas. Era el monte Mjóháls, con 1.083 metros de altitud.

Llegando a Nýidalur.

Pero Sprengisandsleið parecía no querer darnos tregua. Más curvas, más colinas, más baches, más polvo. ¿Llegaríamos alguna vez al final de la pista? El único indicio de que el tiempo y el espacio no nos habían atrapado en un bucle infinito era la presencia, cada vez más próxima, de las laderas del Mjóháls. Finalmente, un nuevo vado volvió a romper la monotonía de la ruta. Un afluente del Fjórðungakvísl, que no planteó mayor problemaTras cruzarlo, llegamos a Nýidalur. Un oasis de civilización en medio de las Tierras Altas, en el que hay unas cuantas cabañas operadas por Ferðafélag Íslands, la asociación de senderismo de Islandia. Habíamos planeado hacer una breve pausa para curiosear, pero íbamos algo retrasados y nos acercábamos al tramo más complicado de la ruta.

En apenas tres minutos, llegamos al vado del Fjórðungakvísl. Aquello no era una plácida charca. El río, dividido en un par de brazos, cruzaba con fuerza frente a nosotros. Sus turbias aguas impedían adivinar el fondo, haciendo difícil estimar la profundidad de su lecho. Siguiendo el procedimiento recomendado para vadear ríos en Islandia, nos detuvimos al margen de la pista y esperamos el paso de otro vehículo. Tuvimos suerte. No habían pasado ni dos minutos cuando vimos salir un motorista de Nýidalur. Llegó a la orilla, descendió de la moto y cruzó el río andando. El primer brazo del Fjórðungakvísl era el único con cierta profundidad. Regresó, subió en su moto y vadeó el río sin mayor problema. Nos apresuramos a seguirle, con la esperanza de llegar al siguiente vado a tiempo de ver cómo lo atravesaba. Pero iba demasiado rápido y lo perdimos.

El vado del Hagakvislar.

Llegando al vado del Hagakvislar

Llegando al vado del Hagakvislar.

Unos minutos después de superar el Fjórðungakvísl, llegábamos al Hagakvislar. Estábamos frente al vado más complicado de la ruta. El río bajaba cargado de barro, que hacía completamente imposible ver el fondo. Justo frente al vado, se desparramaba en varios brazos, aunque la mayor parte del caudal seguía fluyendo por el más septentrional. Una vez más, nos detuvimos y esperamos a que cruzase otro vehículo, para poder apreciar la profundidad y ver por dónde era más adecuado vadear. Pero no venía nadie.

Monte Fagrafell desde el vado del Hagakvislar

Monte Fagrafell desde el vado del Hagakvislar.

Matamos el tiempo fotografiando el cercano Fagrafell, entre cuyas laderas asomaban los hielos del extremo occidental del Tungnafellsjökull. Un pequeño glaciar, con una superficie de apenas 48 km² y una altitud máxima de 1.535 metros, que oculta dos calderas volcánicas, aunque ambas se consideran extintas. Pero no venía nadie. Decidimos aprovechar para dar cuenta de una deliciosa tarta de queso, que nos habían regalado la noche anterior en el Highland Centre. La terminamos y seguía sin venir nadie. Estaba a punto de pasar al plan B (ponerme las botas impermeables y explorar el vado andando, como había hecho en Bláfjallafoss), cuando apareció otro motorista, esta vez en sentido contrario.

Pero no parecía tener intención de vadear. Al igual que nosotros, se detuvo junto al río y comenzó a caminar de un lado a otro, inspeccionando la corriente y sus orillas. Allí estábamos los dos, cada uno a su lado del río, esperando que el otro se animara a atravesarlo en primer lugar, cuando vi una polvareda acercándose por la F910. Eran dos Land Rover, que venían de una de las pistas más duras de las Tierras Altas, frente a la que Sprengisandsleið es casi un juego de niños. El primero, apenas aminoró antes de llegar al vado, que atravesó por la zona más estrecha. Al ver cómo hundía el morro en las turbias aguas, no pude evitar preocuparme. Teníamos un vehículo más bajo y sin «snorkel».

El segundo fue más prudente. Se detuvo a unos metros del río y acabó vadeándolo por un lugar más cercano a mi ubicación, donde el cauce era más ancho y las aguas, más remansadas, resultaron ser menos profundas. Con la debida precaución, el Hagakvislar era superable. Repasé mentalmente la ruta a seguir, subimos al coche y, en 30 segundos, estábamos en la otra orilla del río. Había pensado detenerme tras cruzar, para comprobar hasta dónde había llegado el agua en la carrocería. Pero la adrenalina hizo que, según llegábamos a la orilla septentrional, enfilara la pista hacia el norte, con el sentimiento de haber vencido a Sprengisandsleið.

Al norte del Hagakvislar.

El Tungnafellsjökull desde la F26

El Tungnafellsjökull desde la F26.

Puede que hubiera cantado victoria demasiado pronto. Es cierto que dejábamos atrás el vado más complicado de la ruta y que el día seguía siendo espléndido. Pero aun nos quedaban 128 kilómetros hasta el asfalto de la Ring Road, de los cuales 91 eran de carretera de montaña. En realidad, no habíamos llegado ni a la mitad del camino. Más sosegado, hice una breve pausa, para mirar atrás y despedirnos del Tungnafellsjökull.

La llanura hacia el Hofsjökull

La llanura hacia el Hofsjökull.

Aunque parecía imposible, el paisaje se había vuelto todavía más áspero y descarnado. Hacia el oeste, una enorme llanura, ahora sin colinas o lagos que la interrumpieran, se extendía hasta el Hofsjökull, que ocupaba buena parte del horizonte. Tan solo las sombras de las nubes, que se movían perezosamente por el cielo, rompían la monótona sucesión de grava volcánica.

Quad en la F26

Quad en la F26.

Poco después de las dos de la tarde, vimos una polvareda a nuestra espalda, alcanzándonos lentamente. Resulto ser un grupo de quads, de excursión por la zona. Siguiendo el protocolo no escrito de las Tierras Altas, nos detuvimos a un lado para permitirles adelantarnos. Mientras pasaban a nuestro lado, levantando polvo y piedras, tuvimos la sensación de estar viviendo una escena de Mad Max.

Dejamos a nuestra derecha el lago Fjórðungsvatn. La llanura parecía interminable. Su propia inmensidad y monotonía la hacían fascinante. Si, avanzando a una velocidad razonable, guiados por un GPS y en la comodidad de un vehículo moderno, la experiencia no dejaba de ser una pequeña aventura, ¿cómo habría sido atravesar ese páramo en la Edad Media, andando o a caballo, en un país con un clima tan duro y variable como Islandia? Ni tan siquiera los que, actualmente, atraviesan Sprengisandur a pie o en bicicleta, tienen la respuesta. Al fin y al cabo, cuentan con la tranquilidad de saber siempre dónde se encuentran y que, en caso de emergencia, la ayuda no tardará en llegar.

Cerca del Kidagilsá

Cerca del Kidagilsá.

Seguimos avanzando, recorriendo un paisaje que, al ser más llano, resultaba más monótono que el que habíamos atravesado por la mañana. Pero, aunque de forma inapreciable, la pista iba descendiendo. El primer signo de que estábamos a menor altura lo tuvimos al acercarnos al río Kidagilsá. Sus orillas estaban cubiertas por una precaria mancha de vegetación. Poco después, atravesábamos uno de sus afluentes. El antepenúltimo vado de la ruta resultó ser poco más que una charca con corriente, sin apenas profundidad, que no planteó mayor problema. El siguiente, apenas llevaba agua.

Sobre las tres y cuarto de la tarde, dejábamos atrás el vado más septentrional de la F26, una vez más sin ningún contratiempo. Habíamos superado el último tramo complicado de la ruta, normalmente caracterizado por los grandes charcos que suelen formarse en su trazado, provocando mas de un problema. Llegando tras varios días sin lluvia, apenas tuvimos que sortear uno, prácticamente seco. También nos encontramos con algunos tramos de arena, que de haber estado húmeda quizá habría formado grandes barrizales. En general, podemos decir que fuimos extremadamente afortunados con las condiciones que encontramos en toda la carretera de montaña.

El final de la ruta.

En el borde de las Tierras Altas

En el borde de las Tierras Altas.

Cerca de las cuatro de la tarde, tras coronar la enésima colina, nos llevamos una sorpresa. Al otro lado, en lugar de la interminable sucesión de lomas, había un profundo valle. Nos acercábamos al límite de las Tierras Altas. Hicimos una breve pausa. A nuestros pies, serpenteaba un afluente del Skjálfandafljót. El propio Skjálfandafljót debía estar allí abajo, pero la ladera nos impedía verlo. En cambio, por primera vez en el largo día, por fin podíamos ver la helada superficie del Vatnajökull. Las nubes hacia el sur habían levantado, pero estábamos muy al norte. El glaciar apenas era una estrecha franja blanca, cubriendo parte del horizonte.

Pero la F26 no descendía hacia el valle. Al contrario, seguía hacia el norte por una larga loma, entre el Skjálfandafljót y el Mjóadalsá, uno de sus afluentes. Para nosotros, apenas había cambios. Curvas, cuestas, piedras y polvo. Pero, en los márgenes, en lugar del páramo infinito, cada vez veíamos más retazos de un paisaje más suave. Incluso podíamos intuir la proximidad de la llanura del Mývatn. Nos invadió cierta sensación de pérdida. Quedaban atrás los paisajes aparentemente ilimitados y la indomable desolación. También nos acercábamos a nuestra siguiente parada.

Hrafnabjargafoss.

La poco conocida Hrafnabjargafoss se adentra en un auténtico laberinto de piedra en el campo de lava de Báðardalshraun. Pese a su escasa altura, los diversos saltos por los que se precipita el Skjálfandafljót crean un escenario tan caótico como atractivo.

Tras visitar Hrafnabjargafoss, nuestro siguiente destino estaba apenas unos kilómetros río abajo. Nos llevó menos de media hora llegar al aparcamiento de Aldeyjarfoss, atravesando un paisaje que, en comparación con el que llevábamos recorriendo todo el día, casi parecía un vergel.

Regreso a Aldeyjarfoss.

Pese a ser mucho menos conocida que Goðafoss, Aldeyjarfoss es una de las cascadas más fotogénicas de Islandia. Regresábamos un año después de nuestra primera visita, con unas condiciones de luz y un estado de ánimo completamente distintos a los de aquella jornada.

Habíamos llegado a terreno conocido, aunque el día era muy distinto al de nuestra anterior excursión por la zona. En todo caso, según nos reincorporábamos a los últimos kilómetros de la F26, no pude evitar detenerme frente a las señales que había junto al cruce. La ruta que estábamos recorriendo se había comenzado a fraguar en aquel mismo lugar prácticamente un año antes, observando aquellas mismas señales en una jornada en que la niebla impedía ver qué había más allá, dando a la escena un halo de misterio y velado peligro.

Señales en la F26

Señales en la F26.

Ambos habían sido despejados y, como suele pasar en estos casos, se agolpaban en mi mente sentimientos contrapuestos. Por un lado triunfo, por haber sido capaces de atravesar la pista más larga de Islandia, en una jornada espléndida, disfrutando de paisajes fascinantes. Por otro pérdida. Ya conocía lo que había más allá de las señales. Un misterio menos en la enigmática isla de hielo y fuego.

Puede que fuera este sentimiento el que nos empujó a improvisar un desvío. Ya conocíamos la carretera 842, que además termina junto a Goðafoss, quizá el lugar más visitado del norte de Islandia. Lo último que buscábamos tras una jornada que en su mayor parte había transcurrido en medio de una espléndida soledad. Además, la parte septentrional del valle estaba ocupada por un negro nubarrón, que descargaba con más fuerza según avanzábamos hacia el norte. Sobre la marcha, decidimos «atajar» por Mývatnsheiðarvegur, una pista que llevaba hacia el lago Mývatn, reuniéndose con la Ring Road cerca del hotel Laxá. Ni ahorramos tiempo ni fue un trayecto especialmente atractivo, pero nos permitió llegar a nuestro destino por una ruta más tranquila, en consonancia con la que llevábamos horas atravesando.

Nubes sobre el Vindbelgjarfjall

Nubes sobre el Vindbelgjarfjall.

Llegamos al hotel poco antes de las 8 de la tarde, mientras los últimos rayos de sol teñían de rosa las nubes sobre la cima del Vindbelgjarfjall. Como suele ocurrir tras realizar un trayecto por las Tierras Altas de Islandia, estábamos polvorientos, hambrientos y cansados, pero sumamente satisfechos. Nos había llevado más de once horas atravesar los 260 kilómetros, en su mayor parte sobre pistas de tierra, que habíamos recorrido entre Hrauneyjar y el lago Mývatn. Pese a la aparente monotonía del paisaje, habían sido once horas de una asombrosa intensidad. Recorriendo el mayor desierto de Europa, entre grandes glaciares y ríos salvajes, por una pista que en ocasiones llegó a parecernos infinita. Una experiencia irrepetible en una isla única.

Para ampliar la información:

Quien se vaya a adentrar en las Tierras Altas por primera vez puede encontrar información útil sobre la conducción en otra entrada de este mismo blog: https://depuertoenpuerto.com/conducir-en-islandia-las-tierras-altas/.

La web Islandia24 tiene una entrada sobre la ruta: https://www.islandia24.com/la-ruta-f26-o-sprengisandur-de-islandia/.

En Atravesando las Tierras Altas de Islandia por la F26 he preparado una lista de reproducción de YouTube con los videos de la ruta por Sprengisandsleið..

En inglés, imprescindible visitar https://safetravel.is, tanto para averiguar el estado de las carreteras de montaña, como las alertas meteorológicas o dejar un plan de viaje. Nunca te adentres en las Tierras Altas sin consultar previamente esta página.

También es interesante visitar https://www.road.is/travel-info/condition-and-opening-of-mountain-roads/, donde podemos averiguar las fechas de apertura de las carreteras de montaña.

La oficina meteorológica de Islandia tiene su web en https://en.vedur.is.

Quien tenga curiosidad por saber como era Sprengisandur a principios del siglo XX, puede leer una descripción de la ruta realizada por Daniel Bruun en http://www.isafold.eu/klassiker/bruun/kap_08.htm.

En https://www.youtube.com/watch?v=kDccvko9V0g se puede ver un time-lapse de la ruta completa, en sentido sur-norte, en un día casi tan espléndido como el que pudimos disfrutar nosotros.

En sentido contrario y en un día lluvioso, en https://www.youtube.com/watch?v=eD56qpYvu7A.